En el siglo XVI se impuso en toda Europa el llamado "traje a la
española", una moda basada en la elegancia sencilla del negro y que a su
vez, marcó el inicio del corsé con el verdugado y el cartón de pecho en
las damas, que también elevaron la altura de su calzado con los
chapines.
Así lo explica Elvira González, conservadora de la colección de
indumentaria histórica del Museo del Traje de Madrid y que ha dado una
entrevista a Efe con motivo del curso "Una introducción a la Historia
del traje" que ha impartido en la Real Academia Canaria de Bellas Artes
de "San Miguel Arcángel".
Elvira González detalló en el curso cómo fue evolucionando la
indumentaria histórica, esa "segunda piel" con la que indefectiblemente
tanto el hombre como la mujer en el mundo civilizado se vistió y que
tiene connotaciones sociales, culturales, históricas y morales.
Y quizás se olvida, precisa la historiadora, que la primera expansión
de una indumentaria a nivel europeo se hizo en el siglo XVI en
consonancia con el papel político e histórico relevante que tenía
España, en cuyos territorios "no se ponía el Sol".
Esa pujanza política y económica también tuvo su trasunto en la
indumentaria por cuanto en todas las cortes europeas "que se preciasen"
se imitaba de alguna manera a la potencia que marcaba las pautas,
también en la indumentaria, y por ello se decía literalmente que había
que "vestirse a la española".
Con esta expresión no solo se aludía a la vestimenta sino al empaque,
la apostura y los modismos con los que se llevaban las piezas en
España, pues conferían a la figura "una tiesura, una rigidez que daba
sensación de altivez, y sobre todo el uso del color negro por la
sobriedad", detalla González.
El negro resaltaba sobremanera las guarniciones, las decoraciones y
elementos que aportaban más lujo a la prenda, sobre la que también
lucían mejor las joyas.
Las prendas predominantes en el vestuario masculino eran el jubón y
el calzón, y en cuanto a las mujeres predominaba el uso del "verdugado",
un armazón con el que empezó el constreñimiento de la figura femenina.
Ello supone el inicio del corsé, pues al verdugado se suma el "cartón
de pecho" y otros elementos que hacían que el torso femenino quedase
completamente aplanado, con lo cual no había atisbo de ninguna forma
natural de la mujer.
Este cartón sumado al verdugado producía la sensación de que el
cuerpo femenino era un doble triángulo, con una cintura muy estrangulada
y una falda gigantesca.
También se pusieron de moda los chapines, unos zapatos de una altura
"a veces exageradísima" que limitaban enormemente la movilidad de la
damisela, explica la conservadora del Museo del Traje.
Los chapines estaban confeccionados con diferentes capas de corcho
con metal incluido, lo que daba más peso, y una especie de lengüeta
delantera que se ajustaba con cordones.
No tenían talón y había que arrastrarlos, y realmente se colocaban
encima del zapato para poder transitar por las calles de la época, un
auténtico cenagal.
La función del chapín era que las damas no se manchasen y además
elevaban su altura lo que, unido a la rigidez que el collar del jubón y
la lechuchilla conferían al cuello, provocaba que muchas veces
necesitasen ayuda para que no tuvieran percances.
Pero en el siglo XVIII la llegada de los Borbones supuso el
desembarco en la Corte española del ampuloso estilo francés, con la
casaca, la chupa y el calzón en el vestuario de los caballeros, un
cambio radical en la estética que tardó en calar.
Al respecto, Elvira González subraya que la mantilla, en el caso de
las mujeres, y la capa en el de los hombres, son las dos prendas de la
indumentaria civil tradicional y popular que identifican a España en
todo el mundo y cuyo uso ha sido continuado.
González es además conservadora en el Museo del Traje de las piezas
de Mariano Fortuny, quizás aún no suficientemente reconocido a nivel
popular pese a ser "un diseñador revolucionario en su tiempo" que marcó
la modernidad al liberar el cuerpo femenino de su encorsetamiento
"feroz".